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EL DEMONIO QUE ME VIVE DENTRO

Muestra del últimamente premiadísimo cine germano, REQUIEM nos brinda la oportunidad de asistir a un ejercicio fílmico que hace, de la austeridad, su rasgo principal de estilo. Hans-Christian Schmid, director y productor de la cinta, reivindica la severidad como única vía de acercamiento a la problemática central del film. Y el resultado es una obra dura, áspera, directa y profunda, que demanda del espectador una complicidad exigente, distante, cual testigo mudo de un acontecimiento de brutal incomprensión ante el que tomar un posicionamiento se antojara tarea harto angustiosa.

REQUIEM nos propone la historia de Micaela Klinger, una joven alemana, miembro de una familia enormemente religiosa, que padece epilepsia. Pese a este impedimento, en la segunda escena del film percibimos la excitación ilusionante que le produce la llegada a su domicilio de una carta en la que se le comunica que ha sido admitida su solicitud como estudiante en la universidad de Turingia. Este hecho servirá para poner de manifiesto lo conflictivo, lo tenso, lo impositivo que resulta el entorno familiar de la joven. Con muy pocos planos, sin necesidad de elementos discursivos que nos pongan en antecedentes, Schmid es capaz de capturar la cerrazón infligida a las aspiraciones de Michaela, sobre todo por parte de la madre. El realizador hace de la cercana observación su método mediante el cual arrimar el itinerario dramático de su protagonista, salvando cualquier tentación de índole genérica propia del motivo fenomenológico que permanece larvado durante buena parte del metraje, y hacia el que confluye todo el devenir de los hechos: las prácticas exorcistas.

REQUIEM se postula como un validísimo y potente acercamiento documental a uno de los más recurrentes paradigmas por los que ha transitado desde sus inicios el cine de terror: la posesión diabólica. De hecho, su argumento tiene base real en uno de los sucesos que más conmocionó a la sociedad germana de los años setenta: la muerte de una estudiante llamada Anneliese Michel. Annaliese comenzó a padecer ataques epilépticos cuando tenía catorce años. Tiempo después de la aparición de las extrañas convulsiones, la adolescente reveló que había empezado a ver rostros demoníacos y a escuchar voces inexplicables y terroríficas. Tras un periodo de tratamiento médico, ella misma sentenció que la ciencia no la ayudaba, no la sanaba porque estaba realmente poseída. Junto con sus padres, buscó ayuda en la Iglesia Católica. Su conducta cotidiana se fue degradando: insultaba, agredía y mordía a sus familiares; no comía alimentos normales; en lugar de en la cama, dormía en el piso de piedra; devoraba arañas, insectos y carbón; bebía su propia orina; durante horas y horas sin fin iba aullando por todas las estancias de su casa mientras rompía crucifijos; destruía cuadros de Jesús y hacía añicos los rosarios. En Septiembre de 1975, el obispo de Wurzburgo autorizó a un padre y a un pastor eclesiásticos la práctica de varias sesiones de exorcismos. Se le realizaron una o varias semanales hasta finales de Junio de 1976. Annaliese rechazaba ingerir comida alguna. De ahí que, el día 30 de ese mes, cuando le fue realizada la última ceremonia ritual, aparte de sufrir neumonía y una altísima fiebre, estuviera prácticamente en los huesos. “Les ruego la absolución” fue la última frase que pronunció ante sus exorcistas. La madre anunció la muerte de su hija el 1 de Julio, siendo así notificado el fallecimiento a las autoridades civiles, que decidieron tomar carta legal ante semejante asunto. Dos años después, la justicia alemana acusaba tanto a padres como a exorcistas de homicidio por negligencia. En el proceso que tuvo lugar, un grupo de psiquiatras convocado para la investigación mantuvo la tesis de que Annaliese había fallecido fundamentalmente por malnutrición y por dejadez de los acusados, ya que éstos, de forma harto imprudente, descartaron por completo que aquella sufriera únicamente de ataques de epilepsia degenerados en psicosis. Padres y exorcistas fueron hallados culpables de homicidio involuntario. Les fue sentenciada una condena a seis meses de cárcel. En la actualidad, la tumba de Annaliese se ha convertido en un venerado lugar de peregrinación al que acuden miles de feligreses de todo el mundo, que ven en la figura de la joven el ejemplo de alguien que lucho hasta la muerte contra la influencia del demonio.

He creído conveniente extenderme en la cuestión del caso que la película ficciona puesto que la propuesta que el film de Smichd plantea se halla muy lejana a lo que se podría esperar de un producto que decantara su interés por la vertiente más terrorífica. Nada de eso. Se sentirá muy defraudado quien vaya a contemplar REQUIEM esperando encontrarse una respuesta europea a EL EXORCISTA de Friedkin. El realizador germana privilegia el retrato pormenorizado de un ser humano en estado de angustia. REQUIEM concluye cuando van a dar comienzo las sesiones del exorcismo. El film renuncia por completo a cualquier parafernalia truculenta. La suya es la dramatización quasidocumental de una problemática íntima mucho antes que patológica. Contemplamos las circunstancias de la persona justo antes de que su incatalogable padecimiento pasara a convertirse en caso, en suceso. La valía de REQUIEM se halla en el rigor inflexible y poroso con el que acomete la aproximación a un drama individual, expuesto cual examen silente y escrupuloso de un médico ante su paciente. Schmid escruta en los aledaños de su protagonista, merodea por sus inquietudes para capturar en toda su crudeza la tragedia de su confusión, y la abandona cuando su tormento la precipita a convertirse en despojo, en criatura naufragada, en bestia.

La desapacible investigación efectuada sobre la figura de Michaela es tan compleja como penetrante y apartada. Hay gelidez clínica en su análisis. REQUIEM va revelando la congoja sobrecogedora de su protagonista sin sacar conclusiones jamás de ninguno de los conflictos que expone. Eso queda en manos del espectador. Schmid se limita a acompañarla. Su omnipresencia es el filtro que se nos propone para que abarquemos su aprieto. Su posición se diría que es la de la diana que mira como van llegando los dardos: las disputas familiares, la rigidez religiosa de su entorno, sus deseos de concluir los estudios, la llegada a la universidad, la convivencia con sus compañeros, el disfrute del alejamiento del hogar, la aparición del deseo, los primeros escarceos sexuales, la decisión de no tomar sus medicamentos, el desquicio por la reaparición de las convulsiones… Entre breves, sumarias pinceladas ejecutadas cual apartados de un informe, REQUIEM acaba confirmándose como el retrato de una fragilidad en el límite de su estallido.

En palabras del director, REQUIEM “es sobre todo el “psicograma” de una joven que se encuentra en una situación extrema”. Schmid logra su objetivo. Todos sus esfuerzos van dirigidos a investigar las posibles causas de esa situación extrema sin asumir ésta como un fenómeno paranormal. De ahí que el legado último del filme sea el de delinear con inclemencia el cúmulo de vicisitudes que convierten a Michaela en un ser que, en el fondo, no sabe tomar las riendas de su vida. O mejor dicho, no puede asirlas. Podemos intuir cómo pesan sobre ella los cooacionadores lastres educativos asimilados, o cómo no logra pasar por alto el silencio acusador, disgustado y desaprobante con el que la rocía su madre en la casa. A Michaela el cuerpo se le retuerce porque no sabe gozar con entereza los descubrimientos y las aquiescencias de su libertad conquistada. Es víctima de sí misma. La castiga el sedimento intolerante que la transita. Los espasmos, las voces, los dedos enrocados no son sino flagelaciones inconscientes, muestras físicas de mandatos entrañados contra su voluntad . La joven sucumbe al huir del habitáculo dogmático y riguroso que la ha configurado. Es un pez que confunde nadar solo con estar fuera del agua.


(***) Recomendada a ortodoxos de su ortodoxia.


Celso Hoyo Arce